Autores:
Elpidio
Vidal Angulo
Mardory
Llanos Cortés
Milena
Sinisterra
Juan
Felipe Rodriguez Vélez
Diego
Fernando Ordoñez Ruiz
El homicidio del poeta Federico García Lorca el 18 de agosto de 1936, durante la Dictadura Franquista y el de Jaime Garzón perpetrado el 13 de agosto de 1999 en el gobierno de Andrés Pastrana en Colombia, encarnan la violencia de Estado, mejor aún, son la expresión de una violencia incubada en sociedades cuyas diferencias ideológicas y políticas convierten al otro en un enemigo absoluto que debe ser destruido.
El General Franco personificó los intereses de las clases dominantes y clericales, los mismos rasgos fascistas de Alemania e Italia de los que se desprende el horror del holocausto, su afán por instaurar un Estado autoritario lo llevó a cometer incontables fusilamientos, detenciones arbitrarias y desapariciones, que hoy por hoy, se desconocen las cifras exactas de las víctimas.
Como lo afirma Saz “El régimen se planteó y llevó a término con una determinación inflexible, la tarea de erradicar la tradición y la cultura liberales, todo rastro de los valores de la Ilustración, de la democracia, el socialismo, el comunismo o el anarquismo, toda sombra o residuo de la pluralidad nacional española” (Saz, 2004, p.15).
El poeta se declaró antifascista y fue señalado contradictoriamente por otros como apolítico, publicó junto a otros escritores un manifiesto en favor del Frente Popular bajo el título “Intelectuales con el Bloque Popular” con el siguiente texto “No individualmente, sino como representación nutrida de la clase intelectual de España confirmamos nuestra adhesión al Frente Popular, porque buscamos que la libertad sea respetada, el nivel de vida ciudadano elevado y la cultura extendida a las más diversas capas del pueblo”, divulgado en el periódico comunista El Mundo Obrero el 15 de febrero de 1936, (Castro,1986).
Colombia considerada una de las democracias más estables de América Latina, enfrenta en el año 1999, año del homicidio del periodista y humorista Jaime Garzón, un contexto político y social agitado; con el accionar de la guerrilla más antigua del mundo las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia FARC -EP, otras como el Ejército de Liberación Nacional ELN y el Ejército Popular de Liberación EPL, su contracara en las fuerzas contrainsurgentes con las denominadas Autodefensas Unidas de Colombia AUC fundada por el temible Carlos Castaño Gil. Según Medina Gallego “En la primera parte de los años ochenta las organizaciones paramilitares fueron la respuesta de los narcotraficantes contra el secuestro y la extorsión, luego evolucionaron hacia un proyecto político, militar y social con la colaboración y complacencia de las fuerzas armadas”(Medina,1994. p.64). El pensamiento de Garzón fue palmario, una denuncia política sin reservas contra las estructuras dominantes, la violencia de los paramilitares en connivencia con el Estado y contra la anquilosada ideología de las guerrillas.
Dos casos emblemáticos Lorca asesinado por socialista, masón y homosexual y Garzón por izquierdista y auxiliador de la guerrilla. Hoy se desconocen no solo las víctimas de la cruenta Guerra Civil Española, también se desconocen los autores y móviles del asesinato de Garzón, después de incesantes luchas de organizaciones defensoras de Derechos Humanos y de su familia, el Estado Colombiano, declara el homicidio de Garzón Forero como un crimen de lesa humanidad.
¿Porque las sociedades mantienen el orden? Se pregunta Parson; las sociedades y grupos dominantes procuran el orden para no caer en el caos. Dicho de otra forma, el mantenimiento de un establecimiento; lo funcional es esencial aquí para satisfacer las necesidades de todos los integrantes del sistema, aquello que lo desafié es considerado anómico, disfuncional a la estructura y debe ser eliminado. El sistema impone principios, valores y normas que los individuos deben cumplir, pero personas o sujetos desafían sus estructuras y son mirados con sospecha o estigmatizados.
Lorca y Garzón, dos momentos históricos distintos, pero actuando y pensando en paralelo, Lorca conocido como el poeta del pueblo, Garzón como la voz del pueblo; su forma particular de ver el mundo atrajo el odio y el desprecio de quienes los consideran impropios, incompatibles, inadecuados. Su memoria le impide a España y Colombia reconocer a sus víctimas, son carga y sentencia, su signo trágico “inmorales”, un valor muy conservador, de tradición judeo – cristiana, que olvida el otro principio, quizá el más importante, el de NO MATAR.
No Matarás, reza el mandamiento desde la tradición cristiana no desde la espiritualidad, Lorca y garzón son chivos expiatorios que traen a la memoria colectiva las otras víctimas de la violencia política y del odio hacia la sexualidad incomprendida, los prejuicios y sus estigmas. Ante la precaria verdad y justicia que rodean la muerte del poeta y del humorista, ellas se convierten en una invitación a repensar la memoria y el patrimonio cultural, nuevas posturas que recuerden y reconozcan la pluralidad ideológica, política, social, cultural y la libertad para expresarlas.
Lorca, representa todas las ideas, afines y no afines a su existencia, la relación con el autor se da a través de imaginarios y narrativas altamente subjetivas, precisamente por el olvido y la represión, de modo que pueda darse en el futuro un proceso de desarrollo cognitivo con la “Verdad”. La verdad entendida como el esclarecimiento de hechos, la no repetición del comportamiento violento, desde distintos estilos de vida y desde una real conciencia del NO MATARÁS.
Como dice Santiago Ramón y Cajal, “solo la alegría, es garantía de salud y longevidad”, ello evidencia la necesidad de abandonar las dinámicas de dolor y sufrimiento, de modo que la historia sea una historia claramente diferenciada de la barbarie y del asesinato, en el escenario único de la vida el odio termina siendo incompatible.
Torres & Bautista (2018) afirman que la reconstrucción de la memoria histórica tiene génesis en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y en la Convención Americana Sobre Derechos Humanos. En su conjunto los derechos a las garantías judiciales y a la tutela judicial efectiva. El Comité de Derechos Humanos de la Organización de Naciones ha indicado que en virtud del párrafo 3 de artículo 2 del Pacto es una obligación de los Estados Partes brindar una reparación a las personas cuyos derechos consagrados en el pacto han sido quebrantados. Según tal organismo el derecho a la reparación debe expresarse en una indemnización adecuada, la cual no se agota con el reconocimiento de sumas de dinero, pues comprende sobre todo la restitución, la rehabilitación y medidas de satisfacción, como apologías públicas, memoriales públicos, garantías de no repetición y cambios en las leyes y las prácticas pertinentes, así como al sometimiento a la justicia de los autores de violaciones de derechos humanos (Comité de los Derechos Humanos, 2004).
Siguiendo el mismo derrotero el derecho a la verdad tiene como sujetos titulares tanto a las víctimas, como a la sociedad en su conjunto, vale decir, que, el derecho a saber es un derecho colectivo cuyo origen se encuentra en la historia para evitar que en el futuro se reproduzcan las violaciones.
Después de años de impunidad para Lorca y Garzón, como en el de líderes sociales, activistas de los derechos humanos, víctimas del conflicto armado y otros, la sociedad y colectivos no-institucionalizados se han organizado para hacer actos de memoria como alternativa al vacío jurídico y esclarecimiento de los hechos. Desde las víctimas y sus familiares, desde su perspectiva, reclaman verdad y justicia, es decir, procesos que aclaren responsabilidades y ‘limpien’ el nombre de sus familiares y comunidades de las culpas y pertenencias imputadas.